El llanto es una respuesta natural que surge para expresar alguna emoción, ya bien sea por dolor, tristeza o pérdida, y socialmente es visto como un signo de debilidad, pero incluso se puede llorar de felicidad, que de acuerdo a los valores sociales se vincula con un triunfo.
El ser humano comúnmente no se examina espiritualmente hasta que se le presentan los problemas, y es aquí cuando se busca un consejo, una ayuda, una opinión diferente que emplace a conseguir una solución satisfactoria a la contrariedad.
Siempre una situación difícil viene acompañada de un dolor intenso que es incontenible, que normalmente genera el llanto y aflora la vulnerabilidad.
Entonces con esto, podemos pensar que bienaventurados los que lloran porque tienen un dolor o una alegría.
¿Cómo pueden ser bienaventurados los que lloran?
Precisamente esta bienaventuranza, es la respuesta emocional de quien ha alcanzado un corazón resignado para encontrarse con Dios y recibir su misericordia, en este sentido, los que lloran reconocen que son pobres de espíritu, y por ello experimentan un dolor que hace posible tal encuentro.
Ese dolor viene dado, porque ante los ojos de Dios todos somos pecadores, y justamente esa pena significa que se admite el pecado cometido y hay un arrepentimiento por ello, por esta razón son bienaventurados los que lloran, porque se sensibilizan por sus propios pecados y por los ajenos.
Pero puede un sufrimiento causar dicha o felicidad, esta reflexión resulta ajena en una generación donde el contexto cultural está lleno de banalidades.
Cuando se libera el pecado se experimenta una sensación de gozo, es quitarse un peso moral de encima, y como gratificación se recibe la consolación, que es la bendición de Dios.
Este es el beneficio del que habla Jesucristo en cuanto a bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados por Dios.