Las últimas palabras de las bienaventuranzas en el Sermón del Monte que Jesucristo le manifiesta a los feligreses son: alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
En este sentido, se hace referencia a que la alegría y el regocijo envolverán a los fieles tras la promesa de recibir una gran recompensa.
La definición de la palabra recompensa se vincula con la cosa que se da como premio a alguien por haber obtenido un logro, en nuestro mundo ese premio posee un valor material, pero en la palabra de Dios las recompensas son intangibles con un valor espiritual que es altamente gratificante.
Jesucristo también habla de un lugar donde se recibirá la recompensa, que es ‘’en los cielos’’, es decir, una invitación a los creyentes a formar parte de su reino
Pero, ¿cómo esa recompensa será grande en los cielos?
Ciertamente Dios nos mide a través de nuestras acciones, pensamientos e intenciones, con el único deseo que seamos a imagen y semejanza de Jesucristo, quien estuvo entre nosotros para proclamar en hechos y palabras su única verdad: la justicia de Dios.
De manera que los creyentes que obran de acuerdo al dogma cristiano que dan las bienaventuranzas, siendo hijos de Dios y perseguidos por ello, deben alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
El Reino de los Cielos es esa promesa gratificante, ese premio divino y eterno que se recibe el día del juicio final, donde delante de Dios seremos juzgados en base a nuestras obras y acciones espirituales en la vida terrenal.
Por ello es de vital importancia que durante nuestra vida en la tierra practiquemos la palabra de Dios, a pesar de la maldad que pueda existir en la sociedad alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.