Vivimos en un mundo convulsionado que generalmente causa estrés, donde en ocasiones lo que acontece no fluye como esperamos, y en esos momentos podemos dejamos guiar por el odio y estallamos sin control, ofendiendo o atropellando al prójimo, siendo aquí cuando cometemos el pecado capital de la ira.
La ira puede ser descrita como un sentimiento no controlado de odio y enfado, donde se manifiesta una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y como hacia uno mismo.
Este pecado induce a otras malas acciones como la impaciencia, la intolerancia, el rechazo, e incluso el peor de todos como lo es la venganza.
La ira también entra dentro de las estructuras sociales, cuando alguien quiere lograr algo y lo hace de mala fe, cuando por hacer justicia creyendo tener la verdad y la razón no se deja guiar por las conductas cristianas sino por el capricho de conseguir lo que quiere pasando sobre la voluntad de Dios.
El hombre es dueño de sus actos, pero cuando pierde la razón por sentimientos aireados, se aparta de Dios, y encierra su alma en la desconfianza, la soberbia, la furia, la envidia y los celos, por ello es de vital importancia el auto control y sobretodo el pedir disculpas o el perdón.
¿Cómo nos podemos librar del pecado capital de la ira?
Dicen que la paciencia es la madre de las virtudes, y es precisamente la que contrarresta este pecado capital.
Quien pone en práctica esta virtud consigue lo que quiere, ya que puede ver las cosas más claramente porque sufre con paz y serenidad todas las adversidades.
Muchos dicen que contar hasta diez es lo adecuado, sin embargo, cuando sentimos que este pecado ha invadido nuestro corazón, es mejor orar en eucaristía por la paz interna y pedirle a Dios la gracia de la paciencia.