Uno de los vicios que enluta el alma y priva la gracia del perdón de nuestros pecados para lograr un camino hacia la santidad es la soberbia, sólo Dios da la fortaleza necesaria para no caer en ella.
Este pecado consiste en una autoestima o amor propio que se sobrepone ante todo, incluso por encima de Dios, en este sentido, la persona considera que es mejor que los demás, no hay nadie que le supere, y sólo piensan en ellas sin importarle el resto.
Cuando sentimos la imperiosa necesidad de ser admirados por otros, nos jactamos de nuestras virtudes y pertenencias, hacemos sentir inferior al prójimo y no reconocemos diferentes puntos de vista más que el nuestro, estamos pecando con soberbia porque antagonizamos con Dios.
La soberbia es la fuente de todos los vicios y la causa de todos los males de la humanidad, por ello no debemos permitir que llegue a nuestro corazón.
Si bien es cierto que aquellos que se llenan de orgullo porque sus talentos o riquezas los hace sentirse superiores al resto, también hay una realidad a la que deberían de temblar, ante la temible cuenta que Dios le pedirá algún día.
¿Cómo nos podemos librar del pecado capital de la soberbia?
La única manera de hacerlo es practicando la humildad, que es la virtud que nos hace reconocer que Dios está por encima de cualquier cosa y es él quien tiene que actuar en la vida.
Una persona que procede con humildad nunca habla de sí mismo con arrogancia y tampoco despectivamente del prójimo, solo trabaja por hacerse más digno de Dios.
La humildad es agradecida ante los ojos de Dios, ya que con ella se recibe el perdón, el corazón goza de felicidad en esta vida y después se alcanza la gloria del cielo.